Otro interesante artículo de D.Vicente Pastor García, sobre un tema que a más de uno le habrá traído de cabeza en su día y que si es enseñante seguirá mareándole. Es verdad que es más normal el pitido o chillido de la caña en una determinada época, que sin duda son los primeros años que se toca el clarinete. En ese caso todos sabemos a que se debe. La embocadura que no está formada, introducir demasiado boquilla, sobre todo en la parte inferior, etc.
Una vez corregidos estos llamemos defectos, a quién no le ha pitado la caña en alguna ocasión y en el momento más inoportuno. Claro que los clarinetistas tenemos nuestros trucos. Fijaros que cuando a uno de nosotros le ocurre un percance sobre todo en un solo, terminado éste, recurre inmediatamente a soplar zapatillas.Exactamente igual que cuando un futbolista falla un peñalty, empieza a corregir el trenzado de su bota o cosas por el estilo. Pues bien, hay pitidos que se producen por razones que Vicente Pastor, explica con la sabiduría que posee, sobre temas relacionados con la acústica.
Espero os sirva para entender que pasa cuando el clarinete pita ( aunque sea una vez al año) y por último agradecer una vez más al autor del artículo, su trabajo y su autorización para que comparta sus artículos, que podéis leerlos en vicentepastorgarcia.com.
¿Por qué me pita la caña del clarinete?
La orquesta comienza a interpretar los primeros compases del Concierto para clarinete Nº 2 en Mi bemol mayor, Op. 74,
de Carl Maria von Weber. Las diferentes voces orquestales avanzan
solemnes e imparables entrelazándose en un diálogo enérgico y furioso.
El clarinete se dispone a iniciar su intervención solista. Es el momento
de máxima concentración para el músico. En su cabeza resuenan todos los
sonidos de la orquesta perfectamente ordenados como si de un inmenso
puzzle musical se tratara. Las melodías de las diferentes voces
transitan velozmente por sus intrincados circuitos neuronales y el
ritmo martilleante de la orquesta le inunda la psique. Su hipotálamo,
situado en el sistema límbico, ordena a las glándulas suprarrenales la
liberación de adrenalina y otras hormonas directamente al torrente
circulatorio. Sus dedos se agazapan contra las llaves. Sus pupilas se
dilatan. Una diminuta gota de sudor le recorre lentamente la frente. Es
la hora de actuar. La orquesta finaliza su introducción y los silencios
que preceden a su intervención se le antojan interminables. El director
de la orquesta fija su mirada en él y levanta enérgicamente sus brazos
para darle la entrada. Inhala una rápida bocanada de aire que
inmediatamente introduce en la boquilla del instrumento. En el preciso
instante que ordena la partitura y el director, el exclusivo sonido
aterciopelado del clarinete irrumpe con fuerza inundando la sala y
presentando de esta forma sus credenciales ante la orquesta. De súbito,
el temido pitido de la caña aflora en un pasaje con un crítico giro
interválico. El rechinamiento de la caña se ha despertado en el momento
más inoportuno.
La situación descrita ejemplifica
formidablemente una de las disfunciones acústicas del clarinete más
temidas por el clarinetista y que con más frecuencia suele producirse,
especialmente en los estudiantes. Hablamos del impertinente pitio de la
caña que puede sobrevenir en cualquier momento de la interpretación, aun
tomando las medidas adecuadas para prevenirlo. Pero, ¿por qué se
produce esta disfunción?
Clarinetista interpretando música
El clarinete constituye un perfecto
sistema acústico cuyas partes integrantes funcionan cooperativamente
para generar el sonido del instrumento. El sonido se produce y sostiene
gracias a la cooperación entre dos elementos interconectados: el
dispositivo generador de la onda sonora -la boquilla constituida por una
lengüeta y una cavidad resonadora- y el tubo del instrumento –el
contenedor de la sustancia sonora vibrante- que actúa como un resonador
amplificando las resonancias. Pero, además, se necesitan unos orificios
tonales -dispuestos ad hoc en el tubo y que se accionan mediante unos
mecanismos más o menos complejos-, cuya función consiste en dividir la
columna gaseosa del tubo en varios segmentos con frecuencias propias
para producir una escala, y uno o varios orificios de registro que
permitan obtener los armónicos superiores y, por tanto, ampliar esa
escala a varias octavas. Para completar el sistema es necesario disponer
de una unidad variable que permita alterar la afinación sistémica,
denominada barrilete, y una pieza más o menos abocinada, la campana, que
contribuya a la radiación sonora y al ajuste de las relaciones de
frecuencia modales de determinados sonidos.
Al igual que el tubo, la caña del clarinete, construida a partir de una planta herbácea denominada Arundo donax,
también tiene su propia resonancia -que es aproximadamente lo que oímos
cuando se produce el pitido o rechinamiento-. La frecuencia natural de
la caña se sitúa alrededor de 2.000-3.000 Hz., y adosada a una boquilla
en torno a 1.500 Hz. Las oscilaciones en estas frecuencias naturales son
prevenidas principalmente por la presión que ejerce el labio inferior
contra la caña, y de forma secundaria por la humectación que sufre esta
mientras el músico insufla su aliento en el clarinete. Esto reduce
considerablemente la fuerza de las resonancias naturales de la caña, y
permite que las resonancias del tubo tomen el control del diapasón,
siempre que sus frecuencias sean inferiores a aquellas.
Espectrograma de un sonido emitido con una lengüeta simple adosada a una boquilla de clarinete soprano Sib.
En general, en un instrumento de viento
las vibraciones generadas por el sistema labio-boquilla son dominadas
por las resonancias del tubo, y estas, a su vez, determinan la afinación
y la composición espectral del sonido en colaboración con otros
factores. Por consiguiente, las oscilaciones en el interior de un tubo
dependen de la interacción entre la columna de aire y su excitador. Para
que se produzca un tono con una óptima calidad en cualquier aerófono
deben darse tres condiciones: una, que la mayor parte de la energía que
transporta la onda se refleje en el extremo abierto para que se
produzcan interferencias que den lugar a las ondas estacionarias o a la
resonancia; dos, que las frecuencias de resonancia o armónicos del tubo
sigan la serie armónica, ya que de esta forma podrán colaborar en la
vibración; y tres, que una de estas frecuencias se enganche con una
frecuencia natural de vibración de la caña para mantener la resonancia
del tubo –nótese que para que se produzca la resonancia es necesario que
dos resonadores vibren a frecuencias iguales o próximas-. Si se cumplen
estas tres condiciones se establecerá un régimen de oscilación que
permitirá la emisión de un sonido estable y rico. En ausencia de una de
estas condiciones el resultado devendrá probablemente en la emisión del
impertinente pitido.
En rigor, la embocadura de lengüeta
consiste en una caña, simple o doble, que convierte una corriente
estable de aire en una serie de pulsos rápidos. Si se aplica una presión
de soplo por el instrumentista, la caña en posición inicial de 0º se
abre y permite fluir un soplo de aire en el instrumento. Al mismo
tiempo, comienza su balanceo cerrándose hacia la boquilla hasta alcanzar
la posición de 90º completando ¼ de ciclo. El soplo de aire -o el pulso
de presión positiva- produce una compresión que viaja hacia abajo del
tubo, donde la presión bruscamente desciende a la presión atmosférica.
Esto provoca que una pulsación de presión negativa se propague hacia la
boquilla -o lo que es lo mismo, que la onda se refleje y retorne en
sentido contrario-. Cuando llega, la caña completa su oscilación hacia
la boquilla, y la pulsación de presión negativa obliga a la caña a
cerrarse en posición de 180º, completando medio ciclo. Ya que la
lengüeta se halla ahora cerrada o casi cerrada, muy poco aire puede
penetrar en la boquilla, con lo cual la pulsación de presión negativa -o
la onda- se propaga de nuevo por el tubo hacia el final abierto. Ahora
se invierte la cadena de acontecimientos. La pulsación de presión
negativa llega al final abierto en posición de 270 º -¾ de ciclo-, la
presión de repente se eleva al cero -en realidad, a la presión
atmosférica normal-, y una pulsación de presión positiva comienza su
viaje hacia la boquilla -la onda se refleja de nuevo-. Cuando llega, la
caña se abre de súbito en posición de 360º y la pulsación de presión la
empuja a la posición más lejana de la boquilla para que un soplo nuevo
de aire pueda introducirse y comenzar un nuevo ciclo.
Figuración virtual de un ciclo de vibración de una caña simple adosada a una boquilla de clarinete.
Cumplidos los cuatro trayectos en el
interior del tubo, el establecimiento del régimen de oscilación
dependerá del enganche entre los armónicos o frecuencias resonantes de
la caña y los del tubo, lo cual se verificará más fácilmente cuanto más
resonancias estén presentes en la vibración del tubo y mejor
relacionadas armónicamente se hallen. En este proceso, las resonancias
del tubo siempre imponen la frecuencia del sonido que escuchamos, salvo
cuando un imponderable aborta el proceso y la resonancia de la caña se
convierte en la frecuencia emitida, a saber, el inoportuno pitido de la
caña. Efectivamente, una vez completado el ciclo la columna de aire debe
escoger la frecuencia con la que quiere engancharse, que deberá
situarse en o cerca de una de sus frecuencias naturales de vibración.
Piénsese que la columna gaseosa vibra no solo en su frecuencia
fundamental sino también en frecuencias que son múltiplos enteros de
ésta, es decir, en todas sus frecuencias de resonancia simultáneamente.
Por su parte, la lengüeta tiene su propia frecuencia natural de
vibración, determinada por su diseño. Sin embargo, las resonancias del
tubo –especialmente en las frecuencias bajas, por debajo de la
frecuencia natural de la caña- se ajustan más a la frecuencia y son más
fuertes que las de la lengüeta, lo que les permite tomar el control del
diapasón.
En el proceso descrito, el período de
vibración de la caña -el tiempo empleado para completar el ciclo
descrito- debe coincidir con el tiempo que ha tardado el pulso de onda
en cubrir cuatro viajes en el tubo. De esta forma, la distancia que
habrá recorrido la onda en el tiempo de un período –lo que constituye la
longitud de onda- será igual a cuatro longitudes de tubo, y por tanto
la siguiente onda generada por la caña se solapará con la primera e
interferirán constructivamente formando una onda estacionaria. Dicho de
otra forma, para que las oscilaciones en el instrumento se mantengan
constantes y den lugar a un tono óptimo, la cantidad exacta de flujo de
aire en el tubo debe hallarse aproximadamente en fase con las
fluctuaciones de presión. Esta es la clave para que no se produzca el
temido pitido. En efecto, en los instrumentos de caña el flujo máximo
del aire externo debe coincidir con el desplazamiento máximo de la caña
hacia adentro. Este flujo depende de la diferencia en la presión entre
la boca del clarinetista y la boquilla. Si se aumenta esta diferencia de
presión fluye más aire a través del hueco que hay entre la punta de la
caña y la punta de la boquilla. Sin embargo, si el instrumentista sopla
con excesiva presión, la caña puede cerrarse contra la tabla y anular el
flujo, o bien, puede provocar la emisión de su frecuencia natural sin
respuesta resonante del tubo, dado que esa frecuencia natural no tiene
fuerza en las resonancias del tubo. Nótese que este fenómeno también es
aplicable al sonido romo de un instrumento de viento-metal cuando el
músico no es capaz de conectar la frecuencia de vibración de sus labios
con una de las frecuencias naturales del tubo.
En definitiva, el temido pitido no es ni
más ni menos que la emisión de un armónico que corresponde a la
frecuencia natural de la caña sin respuesta resonante del tubo, debido a
una presión inadecuada, una embocadura incorrecta o simplemente a una
falta de humectación de la caña. En términos acústicos, el régimen de
oscilación del tubo no se ha establecido debido a que una de sus
frecuencias naturales o armónicos –determinado por la digitación del
músico- no ha sido capaz de engancharse con un armónico de la caña y,
por tanto, la resonancia y el subsiguiente sonido estable y rico no se
ha engendrado. El control sobre esta disfunción dependerá de horas y
horas de práctica de estudio, pero aun así, el músico siempre es
consciente que esa frecuencia nociva de la caña permanece adormecida a
la espera de aflorar en el momento más inoportuno de la interpretación.
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