Michele Puccini, hermano de Giacomo Puccini,compone un concertante para una formación nada habitual.Flauta, clarinete, trompa y trompeta.A eso se le llama, "romper los moldes", de manera especial, por incluir una trompeta, instrumento tan digno cómo los demás, pero no empleado (hasta donde sé) en aquella época, en cualquier concertante que yo conozca.La vida de Michele, llena de misterio, y sin duda eclipsada por la fama de su hermano Giacomo, se desarrolla principalmente en Brasil.
Nació en Lucca el 19 de abril de 1864,falleció en Rio de Janeiro (Brasil)el 12 de marzo de 1891 a la temprana edad de 27 años.
Existe mucha confusión en las fechas de su nacimiento y de su muerte así cómo una especie de leyenda de cómo y de qué murió.
Merece la pena escuchar la música de Michele por su frescura, quizá influenciada en pequeños detalles, por la música de su hermano mayor Giacomo, además de ser una novedad todo lo relacionado con este compositor.
A 120 años de la muerte del ‘otro’ Puccini por ,
Felicidades a D.Gustavo por su trabajo, tanto por la extensión del mismo cómo por la documentación. Muy interesante y ameneno.
Fuente;https://www.mundoclasico.com/ed3/documentos/15652/anos-muerte-otro-Puccini
Por casi dos siglos la dinastía Puccini dominó la vida cultural y
musical -tanto sagrada como profana- de Lucca y sus alrededores. Su
iniciador, al que siguieron cuatro generaciones de compositores, fue
Giacomo Puccini senior (1712-1781). Tras él vinieron Antonio Benedetto
María Puccini (1747-1832), Domenico Vincenzo Puccini (1772-1815) y
Michele Puccini senior (1813-1864), respectivamente tatarabuelo,
bisabuelo, abuelo y padre de Giacomo Antonio Domenico Michele Secondo
María Puccini (Lucca, 22 de diciembre de 1858 - Bruselas, 29 de
noviembre de 1924) quien, además de haber sido bautizado acumulando los
nombres de casi todos sus antepasados, fue el más famoso de la dinastía
musical luquesa y el que se alejó de las composiciones religiosas de sus
ancestros para iniciar un camino en la ópera que a la postre lo hizo
triunfar y convertirse en uno de los compositores internacionalmente más
conocidos y admirados en ese género.
Con Giacomo Puccini se extinguió esta dinastía en cuanto a creación musical se refiere, pero no fue el último de la familia en transitar ese camino. Su hermano menor, Michele Puccini (nacido en Lucca el 19 de abril de 1864), también emprendió su vida en cumplimiento del mandato familiar. Sin embargo, un denso manto de penumbras se cierne sobre su vida, obra y muerte.
A 120 años de su fallecimiento en Río de Janeiro, Brasil (12 de marzo de 1891), su vida sigue sonando a leyenda y misterio. Quizás esto se deba a las escasas fuentes que en la época lo consideraran digno de atención y mención, sumado a lo escrito en la biografía de Giacomo publicada por Mosco Carner en 1958, que textualmente dice: ‘En medio de su desaliento el compositor empezó a jugar con la idea de ir a reunirse con su hermano en Latinoamérica (...). Si alguna vez Puccini fue serio en su intención de emigrar (de lo cual puede dudarse), la respuesta que recibió de Michele debe haberlo disuadido de una vez por todas. (...). No sabemos más del desventurado Michele. Cuando en 1893, después del enorme éxito de Manon Lescaut, Giacomo quiso traer a su hermano de vuelta a Italia, Michele contrajo la fiebre amarilla y tuvo una muerte desgraciada en un rincón lejano de un remoto continente’.
Con Giacomo Puccini se extinguió esta dinastía en cuanto a creación musical se refiere, pero no fue el último de la familia en transitar ese camino. Su hermano menor, Michele Puccini (nacido en Lucca el 19 de abril de 1864), también emprendió su vida en cumplimiento del mandato familiar. Sin embargo, un denso manto de penumbras se cierne sobre su vida, obra y muerte.
A 120 años de su fallecimiento en Río de Janeiro, Brasil (12 de marzo de 1891), su vida sigue sonando a leyenda y misterio. Quizás esto se deba a las escasas fuentes que en la época lo consideraran digno de atención y mención, sumado a lo escrito en la biografía de Giacomo publicada por Mosco Carner en 1958, que textualmente dice: ‘En medio de su desaliento el compositor empezó a jugar con la idea de ir a reunirse con su hermano en Latinoamérica (...). Si alguna vez Puccini fue serio en su intención de emigrar (de lo cual puede dudarse), la respuesta que recibió de Michele debe haberlo disuadido de una vez por todas. (...). No sabemos más del desventurado Michele. Cuando en 1893, después del enorme éxito de Manon Lescaut, Giacomo quiso traer a su hermano de vuelta a Italia, Michele contrajo la fiebre amarilla y tuvo una muerte desgraciada en un rincón lejano de un remoto continente’.
Este párrafo desafortunado o mal documentado dio pie a la leyenda sobre
la presuntamente extraña muerte de Michele y el desconocimiento del
lugar, la fecha y aún del hecho mismo por parte de sus parientes.
Una leyenda fue dando marco a otra y luego dio paso a la historia novelesca: que vino a la Argentina a trabajar en el teatro Colón, que murió luego en un duelo o que contrajo fiebre amarilla en Buenos Aires, que su muerte ocurrió en medio de alguna travesía, que estaba enterrado en la región del Chaco, que la noticia de su muerte nunca le llegó a la familia, que escribió una Cantata que luego Giacomo utilizó en Tosca o que éste pretendió repatriarlo aprovechando los ingresos obtenidos con Manon Lescaut luego de 1893.
En la Argentina se buscó un acta de defunción que nunca pudo ser encontrada pues, simplemente, Michele no murió en ese país, ni existen allí constancias de una epidemia de fiebre amarilla tras la de 1871.
Ubicándonos en el papel de antipáticos refutadores de leyendas trataremos, a 120 años de su fallecimiento, de echar algo de luz sobre la existencia de un personaje que es más famoso por lo que no se sabe de él que por su biografía, pero por sobre todo por ser el hermano menor de uno de los compositores más célebres de la historia operística mundial.
Una leyenda fue dando marco a otra y luego dio paso a la historia novelesca: que vino a la Argentina a trabajar en el teatro Colón, que murió luego en un duelo o que contrajo fiebre amarilla en Buenos Aires, que su muerte ocurrió en medio de alguna travesía, que estaba enterrado en la región del Chaco, que la noticia de su muerte nunca le llegó a la familia, que escribió una Cantata que luego Giacomo utilizó en Tosca o que éste pretendió repatriarlo aprovechando los ingresos obtenidos con Manon Lescaut luego de 1893.
En la Argentina se buscó un acta de defunción que nunca pudo ser encontrada pues, simplemente, Michele no murió en ese país, ni existen allí constancias de una epidemia de fiebre amarilla tras la de 1871.
Ubicándonos en el papel de antipáticos refutadores de leyendas trataremos, a 120 años de su fallecimiento, de echar algo de luz sobre la existencia de un personaje que es más famoso por lo que no se sabe de él que por su biografía, pero por sobre todo por ser el hermano menor de uno de los compositores más célebres de la historia operística mundial.
Algo sobre la vida de Michele
Michele Puccini -padre de Giacomo y de sus hermanas Otilia, Tomaide, Temi o Zemi, Niteti, Iginia, Ramelde y Macrina- falleció el 23 de enero de 1864 dejando a su viuda, Albina Magi, con un embarazo avanzado. El 19 de abril nació el hijo póstumo del matrimonio al que se lo bautizó como Domenico Michele (ver árbol genealógico en La Famiglia Puccini, Istituto di Studi Puccininiani, Milano, 1992) y al que todos conocerían como Michele.
A partir de entonces, la escasez signó la vida de la familia Puccini. Michele (hijo) sintió las dificultades económicas en carne propia al igual que sus otros hermanos pero, además, nunca gozó del favor de su madre, que siempre prefirió a Giacomo. El lugar de Michele resultó totalmente subalterno en la vida familiar y la comprensión con que eran acogidas las travesuras de Giacomo no era la misma que recibían las andanzas de ‘Mi’ele’ (escrito a la usanza toscana y como le llamaban en el hogar).
No obstante, inició sus estudios musicales en el Instituto Musical de la Comuna de Lucca en el año escolar 1873/1874, donde resulta inscripto en las clases de piano de Alessandro Giovannetti. Siete años después recibió, el 21 de septiembre de 1880, el primer premio de la escuela de órgano. Concluida su formación en la ciudad natal, Michele fue admitido -no sin cierta dificultad- en el Conservatorio de Milán. Para autorizarlo a vivir allí, su madre exigió que aceptara el trabajo, conseguido por Giacomo, en la casa editora de Alessandro Pigna. En mayo de 1884 ya se encontraba afincado en esa ciudad y allí asistió al éxito de Le Villi. Pero en Milán el rol secundario de Michele se acentuó: sobre él recayó la dura faena de ser el copista de los casi ilegibles originales de su hermano y la de ocuparse de enviar o recibir los encargos entre Lucca y Milán.
La muerte de la madre el 17 de julio de 1884 es una dura prueba para los hermanos Puccini, no sólo por sus consecuencias afectivas sino también por las económicas. A los pocos días del fallecimiento de Albina Magi, Michele solicita un subsidio a la Comuna de Lucca considerando que aún es menor de edad. El 23 de septiembre de ese año se le conceden cincuenta liras mensuales por el período que va desde la muerte de la madre hasta cumplir veintiún años (19 de abril de 1885). Esta pensión, derivada de aquélla cobrada por su madre a partir de su viudez, habrá significado una exigua ayuda para las complicadas finanzas de la familia.
Michele Puccini -padre de Giacomo y de sus hermanas Otilia, Tomaide, Temi o Zemi, Niteti, Iginia, Ramelde y Macrina- falleció el 23 de enero de 1864 dejando a su viuda, Albina Magi, con un embarazo avanzado. El 19 de abril nació el hijo póstumo del matrimonio al que se lo bautizó como Domenico Michele (ver árbol genealógico en La Famiglia Puccini, Istituto di Studi Puccininiani, Milano, 1992) y al que todos conocerían como Michele.
A partir de entonces, la escasez signó la vida de la familia Puccini. Michele (hijo) sintió las dificultades económicas en carne propia al igual que sus otros hermanos pero, además, nunca gozó del favor de su madre, que siempre prefirió a Giacomo. El lugar de Michele resultó totalmente subalterno en la vida familiar y la comprensión con que eran acogidas las travesuras de Giacomo no era la misma que recibían las andanzas de ‘Mi’ele’ (escrito a la usanza toscana y como le llamaban en el hogar).
No obstante, inició sus estudios musicales en el Instituto Musical de la Comuna de Lucca en el año escolar 1873/1874, donde resulta inscripto en las clases de piano de Alessandro Giovannetti. Siete años después recibió, el 21 de septiembre de 1880, el primer premio de la escuela de órgano. Concluida su formación en la ciudad natal, Michele fue admitido -no sin cierta dificultad- en el Conservatorio de Milán. Para autorizarlo a vivir allí, su madre exigió que aceptara el trabajo, conseguido por Giacomo, en la casa editora de Alessandro Pigna. En mayo de 1884 ya se encontraba afincado en esa ciudad y allí asistió al éxito de Le Villi. Pero en Milán el rol secundario de Michele se acentuó: sobre él recayó la dura faena de ser el copista de los casi ilegibles originales de su hermano y la de ocuparse de enviar o recibir los encargos entre Lucca y Milán.
La muerte de la madre el 17 de julio de 1884 es una dura prueba para los hermanos Puccini, no sólo por sus consecuencias afectivas sino también por las económicas. A los pocos días del fallecimiento de Albina Magi, Michele solicita un subsidio a la Comuna de Lucca considerando que aún es menor de edad. El 23 de septiembre de ese año se le conceden cincuenta liras mensuales por el período que va desde la muerte de la madre hasta cumplir veintiún años (19 de abril de 1885). Esta pensión, derivada de aquélla cobrada por su madre a partir de su viudez, habrá significado una exigua ayuda para las complicadas finanzas de la familia.
Los estudios milaneses de Michele fueron erráticos; sus habilidades,
discretas y sus notas, sensiblemente más bajas que las de su hermano. El
servicio militar, del cual Giacomo fue eximido por ser hijo mayor de
madre viuda, interrumpió su aprendizaje, que logró reiniciar en 1887.
Hasta 1889 estuvo registrado como alumno del Conservatorio, aunque nunca
llegó a graduarse.
Durante el inicio de la convivencia de Giacomo con Elvira Bonturi, Belatti -otro de los sobrenombres familiares dados a Michele- vivió en muchos momentos con la pareja. La asignación que Ricordi pagaba a aquél desde el éxito de Le Villi (calculada con un poder adquisitivo equivalente a unos dos mil euros de la actualidad), no alcanzaba para proveer alquiler y alimentación para tres adultos y dos niños (Fosca, la hija de Elvira, y el hijo de la pareja, Antonio).
Las dificultades económicas hicieron que Giacomo y Michele, propietarios de la casa natal de Lucca por cesión de sus cinco hermanas, la vendieran el 23 de septiembre de 1889 al cuñado Raffaello Franceschini.
Así, no hay horizontes para Miele: carece de propiedades, sus estudios quedan inconclusos, Elvira lo azuza constantemente a emigrar, no tiene posibilidades de vivir con ninguna de sus hermanas, se halla en medio de una depresión por sus escasas perspectivas de carrera y está inmerso, aparentemente, en una difícil intriga amorosa; todo ello sin la natural confianza en sí mismo que ya por ese entonces exhibía su hermano mayor.
Durante el inicio de la convivencia de Giacomo con Elvira Bonturi, Belatti -otro de los sobrenombres familiares dados a Michele- vivió en muchos momentos con la pareja. La asignación que Ricordi pagaba a aquél desde el éxito de Le Villi (calculada con un poder adquisitivo equivalente a unos dos mil euros de la actualidad), no alcanzaba para proveer alquiler y alimentación para tres adultos y dos niños (Fosca, la hija de Elvira, y el hijo de la pareja, Antonio).
Las dificultades económicas hicieron que Giacomo y Michele, propietarios de la casa natal de Lucca por cesión de sus cinco hermanas, la vendieran el 23 de septiembre de 1889 al cuñado Raffaello Franceschini.
Así, no hay horizontes para Miele: carece de propiedades, sus estudios quedan inconclusos, Elvira lo azuza constantemente a emigrar, no tiene posibilidades de vivir con ninguna de sus hermanas, se halla en medio de una depresión por sus escasas perspectivas de carrera y está inmerso, aparentemente, en una difícil intriga amorosa; todo ello sin la natural confianza en sí mismo que ya por ese entonces exhibía su hermano mayor.
En Buenos Aires
Probar fortuna en América era una decisión frecuente por aquellos días; miles de italianos dan cuenta de ello, muchos luqueses tomaron el camino a la Argentina y es importante destacar que, en el ámbito cercano a Michele, su amigo Edoardo Aromatari y el padre de Elvira Bonturi, Amadeo, entre otros, estaban instalados en Buenos Aires para esa época.
Con el poco dinero que le queda tras abonar las deudas con su parte de la casa de Via del Poggio y, probablemente, con alguna ayuda de su tío, el doctor Nicolao Cerú, el 3 de octubre de 1889 Michele pone proa hacia América y arriba a Buenos Aires luego de veintidós días de travesía. Es un joven italiano, bello y distinguido, de un metro ochenta y uno de estatura, que busca nuevos horizontes junto con su amigo de la infancia, Ulderigo Tabarracci.
En la base de datos de inmigrantes llegados a Buenos Aires existente en el Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos (CEMLA), consta que Michele Puccini, soltero, católico, de veinticinco años, arribó el viernes 25 de octubre de 1889 en el buque Duca di Galliera; sorprendentemente, figura en esos registros como herrero de profesión.
Sus primeras cartas son dirigidas a sus hermanos Giacomo y Ramelde y están fechadas los días 1 y 3 de noviembre de 1889 (ver cartas 137 y 138 publicadas en Puccini com'era, de Arnaldo Marchetti, Milán, Curci, 1973). Sin embargo, por los hechos que describen, fueron concluidas no antes del 7 de noviembre de ese año y probablemente enviadas por el vapor del 14 de ese mes (la compañía La Veloce iniciaba el trayecto de Buenos Aires a Génova los días 3, 14 y 24 de cada mes).
Probar fortuna en América era una decisión frecuente por aquellos días; miles de italianos dan cuenta de ello, muchos luqueses tomaron el camino a la Argentina y es importante destacar que, en el ámbito cercano a Michele, su amigo Edoardo Aromatari y el padre de Elvira Bonturi, Amadeo, entre otros, estaban instalados en Buenos Aires para esa época.
Con el poco dinero que le queda tras abonar las deudas con su parte de la casa de Via del Poggio y, probablemente, con alguna ayuda de su tío, el doctor Nicolao Cerú, el 3 de octubre de 1889 Michele pone proa hacia América y arriba a Buenos Aires luego de veintidós días de travesía. Es un joven italiano, bello y distinguido, de un metro ochenta y uno de estatura, que busca nuevos horizontes junto con su amigo de la infancia, Ulderigo Tabarracci.
En la base de datos de inmigrantes llegados a Buenos Aires existente en el Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos (CEMLA), consta que Michele Puccini, soltero, católico, de veinticinco años, arribó el viernes 25 de octubre de 1889 en el buque Duca di Galliera; sorprendentemente, figura en esos registros como herrero de profesión.
Sus primeras cartas son dirigidas a sus hermanos Giacomo y Ramelde y están fechadas los días 1 y 3 de noviembre de 1889 (ver cartas 137 y 138 publicadas en Puccini com'era, de Arnaldo Marchetti, Milán, Curci, 1973). Sin embargo, por los hechos que describen, fueron concluidas no antes del 7 de noviembre de ese año y probablemente enviadas por el vapor del 14 de ese mes (la compañía La Veloce iniciaba el trayecto de Buenos Aires a Génova los días 3, 14 y 24 de cada mes).
Entre otras cuestiones Michele le cuenta a su hermano Giacomo que la
ciudad tiene un movimiento extraordinario, que los primeros días
pernoctó en una fonda propiedad de un italiano de Santa María del
Giudice que le cobró cuatro escudos por día y que a partir de ese
momento se establecería en una pensión denominada ‘Trattoria
Valtellinese’ de la calle Cerrito 339 en la cual abonaría cuarenta y
ocho escudos al mes por alojamiento y comida. También relata que pudo
ver en el Teatro Onrubia las óperas La Africana, Fausto y Lucia di Lammermoor.
Dicho teatro estaba ubicado en la esquina de la calle Victoria -hoy Hipólito Yrigoyen- y San José. Consultados los originales inéditos de ‘El Teatro Musical en Buenos Aires: Teatro Onrubia’ de César Dillon, pudimos establecer que ésa fue la primera temporada lírica que se desarrolló en esa sala, que tuvo lugar entre el 1 de octubre y el 17 de diciembre de 1889, que su director musical fue Enrique Bernardi y que los cantantes principales eran las sopranos Adela Aymerich e Ida Roncagli, el tenor Andrés Antón, los barítonos Enrico Pogliani, José Beccario y Teseo Maestrani y los bajos Vittorio Arimondi y Paride Pavoleri.
Michele relata que en la Aduana le robaron algunas de sus pertenencias, que en la ciudad se habla tanto el italiano que a veces no parece estar en América, que en el Teatro Doria presenció otra versión de Lucia y que esa misma noche subía a escena La Favorita con una señorita en el rol de Leonora a la cual había dado lecciones en Italia: María Monteano. Afirma que irá a escucharla.
Consultados los diarios de la época y teniendo en cuenta las fechas de arribo a Buenos Aires y datación de las cartas, Michele pudo haber asistido a Lucia di Lammermoor el martes 29 de octubre (con Ida Roncagli y el tenor d’Orazi) y a Fausto el 31 de octubre (en versión italiana, con Adela Aymerich como Margherita, Andrés Antón en el rol del título, Paride Pavoleri como Mefistofele y Teseo Maestrani como Valentino) aunque no ha resultado posible ubicar la fecha de La Africana en el Teatro Onrubia. Es importante destacar que era un hecho común en la época el cambiar de título a último momento y que esto no figurara en los periódicos; cuanto menos importante era la compañía, más sucedían estos cambios y menos eran receptados en los diarios.
A la Lucia del Doria pudo haber asistido el 1 o el 3 de noviembre y el debut de María Monteano en La Favorita se produjo el jueves 7 del mismo mes (ver La Patria Italiana del 07/11/1889 - página 2 - columna 5) en el desaparecido Teatro Doria -ubicado hacia el oeste de la ciudad de Buenos Aires, en la calle Rivadavia al 1.000 de entonces, que corresponde al 2.300 de la actualidad-. Además de María Monteano como Leonora di Gusman actuaron el tenor Candido Elías como Fernando, Serafino Soffieti como Alfonso, el señor Gherardi y los miembros de la compañía lírica Del Puente.
Buena impresión causó en los cronistas de la época el debut de la soprano que había recibido lecciones de Michele Puccini en la calle San Zeno nro. 2 de Milán. El diario La Patria Italiana dice “La señora Maria Monteano estaba en la plenitud de sus medios vocales, domina la escena y tiene una óptima escuela de canto. Fue festejada por el público que pidió el bis del aria 'O mio Fernando’ ...” (Buenos Aires – Año XIII - 09/11/1889 - página 2 - columna 3), mientras que el diario Roma expresa “En La Favorita debutó la prima-donna señorita M. Monteano, quien al salir a escena fue saludada con ruidosos aplausos. En efecto, además de ser una señorita simpatiquísima, posee arte y voz nada comunes.” (Buenos Aires – Año I - 09/11/1889 - página 2 - columna 6).
En carta a su hermana Ramelde, Michele le cuenta sobre la hermosura de las mujeres de Buenos Aires (‘da non poter star fermi quando passano per le strade’), que no aceptó un trabajo en la ciudad de La Plata pues el dinero ofrecido no era satisfactorio, que da lecciones de música a dos señoritas (una de ellas, una belleza), que salió de cacería en las afueras de Buenos Aires y que tiene grandes esperanzas, ya que los diarios italianos locales publicaron la noticia de su arribo, lo que le abrirá muchas puertas.
Efectivamente el diario La Patria Italiana del 6 de noviembre de 1889 publica la siguiente noticia: “Michele Puccini. Hermano del eximio maestro Giacomo Puccini, el autor de ‘Le Villi’ y de ‘Edgar’, que tanto entusiasmo despertaron en los principales teatros de Italia y del extranjero, está entre nosotros. Es un joven laureado en el Conservatorio Real de Milán; dotado de gran inteligencia artistica; profesor de piano, canto, composición y armonía. Las familias que desean que un joven de talento y voluntad como maestro, tienen a otro valiente campeón a quien dirigirse” (Buenos Aires, año XIII - nro. 279 - 06/11/1889 - página 1 - columna 9).
Pero Michele no llegó en buen momento: la crisis económica, financiera y política que hará eclosión en 1890 crecía sostenidamente. El poder adquisitivo de los empleados y pequeños cuentapropistas se devaluaba día a día. El viejo Colón había cerrado sus puertas en 1888; la mayor parte de las compañías líricas se trasladaban íntegras desde Europa, casi sin necesidad de sumar elementos locales, y sus temporadas se desarrollaban principalmente entre mayo y agosto; además entre mediados de diciembre y fines de febrero se produce en el hemisferio sur la pausa estival, lo que redunda en que todas las decisiones se pospongan para marzo.
Naturalmente, las necesidades de Michele no podían esperar al año siguiente. Las pocas posibilidades de trabajo y el alto costo de vida determinaron que no se afincara en la capital de la Argentina.
En los escasos seis meses que permaneció en Buenos Aires sólo pudo buscar trabajo y ayuda de la comunidad italiana, de la bohemia local y de miembros de la clase política. Como resultado, obtuvo algunas clases de música, quizás pequeños trabajos en los diarios de la comunidad italiana y el anuncio de alguna presentación como pianista en la Sala Beethoven.
Según Edoardo Aromatari -quien fue uno de los sostenes de Miele en Buenos Aires- en los primeros meses de 1890 y a través de otro italiano afincado en Buenos Aires de apellido Fantoni se interesó a las autoridades de la distante provincia de Jujuy -lindante al oeste, cordillera de los Andes mediante, con Chile y al norte con Bolivia y de una altura promedio de 3.500 metros sobre el nivel del mar- para que Michele ocupara un puesto en la escuela de música por crearse, gestión que resulta exitosa.
La versión de Michele es levemente diferente pero con final semejante. Invitado a una sesión del Senado, logra conocer al senador nacional por la provincia de Jujuy, Domingo Teófilo Pérez, y al vicepresidente Carlos Pellegrini. Con el respaldo del senador Pérez logra prontamente un nombramiento de maestro de música e idioma italiano en el Liceo de Señoritas de San Salvador de Jujuy, ciudad capital de esa lejana provincia del norte de la Argentina.
Dicho teatro estaba ubicado en la esquina de la calle Victoria -hoy Hipólito Yrigoyen- y San José. Consultados los originales inéditos de ‘El Teatro Musical en Buenos Aires: Teatro Onrubia’ de César Dillon, pudimos establecer que ésa fue la primera temporada lírica que se desarrolló en esa sala, que tuvo lugar entre el 1 de octubre y el 17 de diciembre de 1889, que su director musical fue Enrique Bernardi y que los cantantes principales eran las sopranos Adela Aymerich e Ida Roncagli, el tenor Andrés Antón, los barítonos Enrico Pogliani, José Beccario y Teseo Maestrani y los bajos Vittorio Arimondi y Paride Pavoleri.
Michele relata que en la Aduana le robaron algunas de sus pertenencias, que en la ciudad se habla tanto el italiano que a veces no parece estar en América, que en el Teatro Doria presenció otra versión de Lucia y que esa misma noche subía a escena La Favorita con una señorita en el rol de Leonora a la cual había dado lecciones en Italia: María Monteano. Afirma que irá a escucharla.
Consultados los diarios de la época y teniendo en cuenta las fechas de arribo a Buenos Aires y datación de las cartas, Michele pudo haber asistido a Lucia di Lammermoor el martes 29 de octubre (con Ida Roncagli y el tenor d’Orazi) y a Fausto el 31 de octubre (en versión italiana, con Adela Aymerich como Margherita, Andrés Antón en el rol del título, Paride Pavoleri como Mefistofele y Teseo Maestrani como Valentino) aunque no ha resultado posible ubicar la fecha de La Africana en el Teatro Onrubia. Es importante destacar que era un hecho común en la época el cambiar de título a último momento y que esto no figurara en los periódicos; cuanto menos importante era la compañía, más sucedían estos cambios y menos eran receptados en los diarios.
A la Lucia del Doria pudo haber asistido el 1 o el 3 de noviembre y el debut de María Monteano en La Favorita se produjo el jueves 7 del mismo mes (ver La Patria Italiana del 07/11/1889 - página 2 - columna 5) en el desaparecido Teatro Doria -ubicado hacia el oeste de la ciudad de Buenos Aires, en la calle Rivadavia al 1.000 de entonces, que corresponde al 2.300 de la actualidad-. Además de María Monteano como Leonora di Gusman actuaron el tenor Candido Elías como Fernando, Serafino Soffieti como Alfonso, el señor Gherardi y los miembros de la compañía lírica Del Puente.
Buena impresión causó en los cronistas de la época el debut de la soprano que había recibido lecciones de Michele Puccini en la calle San Zeno nro. 2 de Milán. El diario La Patria Italiana dice “La señora Maria Monteano estaba en la plenitud de sus medios vocales, domina la escena y tiene una óptima escuela de canto. Fue festejada por el público que pidió el bis del aria 'O mio Fernando’ ...” (Buenos Aires – Año XIII - 09/11/1889 - página 2 - columna 3), mientras que el diario Roma expresa “En La Favorita debutó la prima-donna señorita M. Monteano, quien al salir a escena fue saludada con ruidosos aplausos. En efecto, además de ser una señorita simpatiquísima, posee arte y voz nada comunes.” (Buenos Aires – Año I - 09/11/1889 - página 2 - columna 6).
En carta a su hermana Ramelde, Michele le cuenta sobre la hermosura de las mujeres de Buenos Aires (‘da non poter star fermi quando passano per le strade’), que no aceptó un trabajo en la ciudad de La Plata pues el dinero ofrecido no era satisfactorio, que da lecciones de música a dos señoritas (una de ellas, una belleza), que salió de cacería en las afueras de Buenos Aires y que tiene grandes esperanzas, ya que los diarios italianos locales publicaron la noticia de su arribo, lo que le abrirá muchas puertas.
Efectivamente el diario La Patria Italiana del 6 de noviembre de 1889 publica la siguiente noticia: “Michele Puccini. Hermano del eximio maestro Giacomo Puccini, el autor de ‘Le Villi’ y de ‘Edgar’, que tanto entusiasmo despertaron en los principales teatros de Italia y del extranjero, está entre nosotros. Es un joven laureado en el Conservatorio Real de Milán; dotado de gran inteligencia artistica; profesor de piano, canto, composición y armonía. Las familias que desean que un joven de talento y voluntad como maestro, tienen a otro valiente campeón a quien dirigirse” (Buenos Aires, año XIII - nro. 279 - 06/11/1889 - página 1 - columna 9).
Pero Michele no llegó en buen momento: la crisis económica, financiera y política que hará eclosión en 1890 crecía sostenidamente. El poder adquisitivo de los empleados y pequeños cuentapropistas se devaluaba día a día. El viejo Colón había cerrado sus puertas en 1888; la mayor parte de las compañías líricas se trasladaban íntegras desde Europa, casi sin necesidad de sumar elementos locales, y sus temporadas se desarrollaban principalmente entre mayo y agosto; además entre mediados de diciembre y fines de febrero se produce en el hemisferio sur la pausa estival, lo que redunda en que todas las decisiones se pospongan para marzo.
Naturalmente, las necesidades de Michele no podían esperar al año siguiente. Las pocas posibilidades de trabajo y el alto costo de vida determinaron que no se afincara en la capital de la Argentina.
En los escasos seis meses que permaneció en Buenos Aires sólo pudo buscar trabajo y ayuda de la comunidad italiana, de la bohemia local y de miembros de la clase política. Como resultado, obtuvo algunas clases de música, quizás pequeños trabajos en los diarios de la comunidad italiana y el anuncio de alguna presentación como pianista en la Sala Beethoven.
Según Edoardo Aromatari -quien fue uno de los sostenes de Miele en Buenos Aires- en los primeros meses de 1890 y a través de otro italiano afincado en Buenos Aires de apellido Fantoni se interesó a las autoridades de la distante provincia de Jujuy -lindante al oeste, cordillera de los Andes mediante, con Chile y al norte con Bolivia y de una altura promedio de 3.500 metros sobre el nivel del mar- para que Michele ocupara un puesto en la escuela de música por crearse, gestión que resulta exitosa.
La versión de Michele es levemente diferente pero con final semejante. Invitado a una sesión del Senado, logra conocer al senador nacional por la provincia de Jujuy, Domingo Teófilo Pérez, y al vicepresidente Carlos Pellegrini. Con el respaldo del senador Pérez logra prontamente un nombramiento de maestro de música e idioma italiano en el Liceo de Señoritas de San Salvador de Jujuy, ciudad capital de esa lejana provincia del norte de la Argentina.
Camino a Jujuy
Pero los sinsabores continuaron: una vez obtenida su designación para el curso escolar de 1890 (las clases se iniciarían en marzo o abril), una persistente gripe no sólo le impidió viajar sino incluso continuar con las lecciones de música que le permitían subsistir.
Una vez recuperada la salud pero aniquilada su ya exigua fortuna, debió realizar una colecta entre sus amigos para proveerse del efectivo necesario para ocasionales gastos durante el difícil viaje de unos 1.700 kilómetros hacia Jujuy (el traslado propiamente dicho quedaba a cargo del gobierno).
El jueves 10 de abril de 1890 Michele dejó Buenos Aires y partió hacia el norte. Lejos de lo que hoy en día sería una plácida y levemente aburrida travesía, diversas peripecias convirtieron el viaje en una aventura digna de una película del far-west. Trece horas y media necesitó el tren para llegar a Rosario (distante apenas 300 kilómetros de Buenos Aires). Luego de pernoctar allí, Michele inició el traslado a Córdoba, adonde sólo consiguió llegar a medianoche del sábado 12 de abril. Durmió esa noche en el tren estacionado en Córdoba hasta que a las siete de la mañana siguiente inició su marcha a Tucumán, ciudad a la que presuntamente llegaría a las doce del lunes. Sin embargo, una fuerte tormenta detuvo la marcha a las diez de la noche del domingo y poco faltó para que el tren descarrilara. A la mañana siguiente, y bajo el temporal que continuaba, con la colaboración de todos los pasajeros se logró reparar las vías lo suficiente como para proseguir el camino, con lo que la llegada a Tucumán se demoró hasta las dos de la tarde del martes 15. Por entonces el tendido ferroviario finalizaba en Chilcas, un paraje situado a unos 150 kilómetros al norte de San Miguel de Tucumán. Llegado allí, Michele debió dormir nuevamente en el coche del tren pues no había hotel en el cual alojarse, para luego, en la mañana del jueves 17 de abril, continuar el trayecto con la Mensajería (‘...especie de diligencia medieval tirada por dieciséis mulas, llamada aquí galera, el nombre más apropiado que podría dársele’, describió Michele, jugando con la voz italiana galera que se refiere también a una cárcel y, en sentido figurado, a una situación o lugar insoportable).
En una jornada la diligencia arribó a Gobas (paraje inhallable en los actuales mapas de la Argentina, ubicado aproximadamente a un tercio del camino a San Salvador de Jujuy -según cuenta Michele- y que evidentemente se encontraba en algún punto del actual departamento de Rosario de la Frontera, provincia de Salta). Allí Michele durmió en una especie de hamaca confeccionada con piel de llama, comió asado y bebió la norteña chicha -bebida alcohólica de origen indígena que se obtiene con la fermentación del maíz- que le pareció muy alcohólica y ‘una vera trojata’.
En una sabrosa carta dirigida a su tío, el doctor Cerú, Michele relató que en la jornada siguiente en que debían alcanzar la ciudad de Palomitas, mientras cruzaban las sierras subandinas, en medio de otra tormenta, la galera se atascó en el barro y no encontraron forma de liberarla. Cayó la noche y a eso de las once ‘...aparecieron cinco o seis individuos con caras de presidiarios, desnudos, indios en una palabra, armados de puñales y flechas que se nos vinieron encima atacándonos del modo más incivilizado. Respondimos con nuestras armas, la noche era oscura y no podíamos ver sus caras sino por los relámpagos y el resplandor del fuego de los revólveres’. Los atacantes se retiraron por fin. Uno de los conductores resultó herido en la cara por una puñalada y un pasajero por una flecha. El carruaje había quedado inutilizable, pero presumiendo que ‘...estos indios, naturalmente, fueran a buscar hombres para volver en mayor número a vengarse’, los ocho pasajeros y los cuatro conductores decidieron retomar el camino a lomo de mula. Debieron marchar al paso ya que ‘las mulas no trotan’ entre la medianoche y el alba, hasta llegar por fin a un poblado a 190 kilómetros de Jujuy donde les fue posible comprar caballos. Quizás siguieron en este periplo parte de la traza de la actual ruta nacional 34 de la Argentina y el poblado ignoto donde compraron los caballos podría haber sido una de las históricas postas de la región: la de Yatasto o bien la Del Algarrobo.
Transcurrieron dos jornadas más a caballo, comiendo algún cordero cazado por el grupo y asado a las brasas a la manera criolla y durmiendo una noche en la inmensidad de las quebradas norteñas y a la siguiente en una gruta de la precordillera, para llegar al pueblo de Perico, provincia de Jujuy, a media tarde del 21 de abril de 1890. Los últimos 40 kilómetros fueron hechos también a caballo el martes 22 de abril. Doce días después de iniciado el viaje logró Michele su meta al llegar a San Salvador de Jujuy, ciudad ubicada a unos 1.300 metros sobre el nivel del mar, a las cuatro de la tarde.
Éstas y más peripecias del viaje fueron narradas en la ya citada carta de 32 páginas iniciada el 15 de mayo de 1890 y luego fechada el 20 a su tío (ver Marchetti, op. cit., carta 139), en la cual cuenta -con un lenguaje poco pulido- que ‘...estuve en cama dos días después de este desastroso viaje, y... hace casi 15 días que estoy acá y todavía tengo el culo hecho una sola ampolla por el viaje’, que el paisaje es ‘espléndido y parece Suiza’, que sale de cacería, que la servidumbre parece esclava, que todos intentan que se case -y allí vuelve a descender el nivel de su lenguaje diciendo que ‘mi hanno rotto i coglioni tanto per prender moglie’- pero que él se ‘adaptó a las moras, indias o sirvientas para las reglas necesarias del cuerpo’. También describe la flora, la fauna y los alimentos locales, comenta sus encuentros con luqueses emigrados, dice que los periódicos locales hablan de él y que compuso una marcha para banda titulada ‘Ferrocarril’ que tocará la Banda Nacional prontamente.
Casi en el mismo momento en que Michele recorría la mitad de la Argentina, Giacomo permanecía en Italia desesperanzado y desde allí fantaseaba con la idea de establecerse en la Argentina (ver cartas 36, 37 y 38 en: Gara, Eugenio: Carteggi Pucciniani, Universal Music Publishing Ricordi S.r.l, San Giuliano Milanese, 2008). La posible intención de Giacomo Puccini no habría sido la de radicarse en Buenos Aires, como sería de suponer, sino en el interior del país, ‘con los indios piel roja’. Seguramente esta disparatada migración indígena -del norte al sur de América- haya sido estimulada por el popular ‘Wild West Show’ de Buffalo Bill, que hizo furor en la Europa de la última década del siglo XIX, y que Giacomo presenció en Italia.
Michele le advierte: “Te prevengo… ¡No vengas acá! No puedes imaginar lo que he pasado. ¡Vaya vida! Salí de Buenos Aires, donde trabajé como un esclavo, sin ganancia alguna que mostrar debido al alto costo de la vida. Entonces me dijeron que en la provincia de Jujuy obtendría un cargo enseñando canto, piano e italiano por trescientos escudos mensuales. Crucé los Andes y, tras innumerables sufrimientos, llegué por fin a Jujuy. Por supuesto, como era previsible, este sitio está lleno de gente de Lucca ... pero América no me cuadra. Si mejora el mercado del oro, volveré a Lucca”. Seguramente la respuesta negativa del hermano sumada al arduo trabajo de conseguir elenco y teatro para volver a presentar Edgar, más su reelaboración y la composición de Manon Lescaut hicieron olvidar a Giacomo la idea de la emigración que revoloteó por su ánimo deprimido por los sinsabores de uno de sus momentos más desafortunados.
Un seductor en Jujuy
Michele Puccini se instaló por fin en San Salvador de Jujuy en una casa de tres habitaciones; comenzó a dar clases de música e italiano en el Liceo y de piano por cuenta propia, además de oficiar como secretario del cónsul italiano, doctor Baldi.
La crisis económica, financiera y política continuó hasta el punto de forzar la renuncia del presidente de la República, Miguel Juárez Celman (1844-1909), el 6 de agosto de 1890. La recomposición económica fue lenta en manos del vicepresidente Carlos Pellegrini (1846-1906) quien asumió la presidencia y en sus dos años de mandato logró equilibrar el país.
En principio parece que entre mayo y diciembre de 1890 la vida de Michele también se estabilizó y -por lo que cuenta a sus amigos- era feliz, aunque no logró hacer grandes proezas económicas. De ser cierto el encargo, relatado por Michele, de una marcha para banda titulada Ferrocarril para la inauguración del Ferrocarril Central Argentino, ésta debió de ser utilizada para la apertura de un nuevo tramo de vías hacia Jujuy, a partir de la localidad de Chilcas, que se efectuó en el curso de 1890.
Las cartas publicadas desaparecen y una de las pocas es la dirigida a su hermana Nitteti, enviándole condolencias tras haberse enterado por la prensa del fallecimiento de su marido, Alberto Marsili -en forma similar, veremos luego, los suyos se enterarían de la muerte de Michele-.
Naturalmente, entre las miles de cartas no publicadas enviadas y recibidas por Giacomo Puccini que se conservan en archivos públicos y privados ha de haber algunas que podrían aportar datos sobre estos meses de Michele. Para llegar a tal conclusión basta con ver, en el Museo de Torre del Lago, la foto dedicada a Giacomo en Jujuy el 12 de agosto de 1890 y evidentemente enviada por correo, o saber de la existencia de la carta mencionada por su hermano como la última recibida desde Jujuy -en febrero de 1891- y datada el 12 de diciembre de 1890. Se dice incluso que habría algunas en manos privadas -que se niegan a darlas a conocer- en las que Michele contó una aventura romántica vivida en Jujuy y hasta envió fotos de la dama en cuestión.
Y aquí entramos nuevamente en una embarazosa intriga amorosa digna de un libreto de ópera: Michele entabló una relación con Fidela, una muy aplicada alumna de piano. El problema fue que, además de joven y bella, la seducida era esposa de su amigo, el senador Domingo Teófilo Pérez quien, descubriéndose traicionado, primero envió fuera de la ciudad a su esposa y, luego, retó a duelo a Puccini. Michele hirió a su otrora benefactor quien ‘cayó como muerto’, con lo que acto seguido debió abandonar precipitadamente la ciudad, hacia los últimos días de enero de 1891, con rumbo otra vez a Buenos Aires, y otra vez con la ayuda de la comunidad italiana.
Aparentemente, este traslado tuvo también visos de aventura: tres días a pleno galope para alcanzar los límites de la provincia de Jujuy, de la que sólo salió con lo puesto, mientras la policía y algunos gauchos fieles al senador Pérez lo perseguían. Los camaradas italianos le brindaron auxilio en todo el trayecto y los amigos de Jujuy, Baldi y Bagnani, le enviaron sus efectos personales a Buenos Aires.
Quizás quien mejor glosó esta aventura como libreto operístico fue Aníbal Cetrangolo en ‘Atto Quarto: In America. Una landa deserta…’ (Paesaggio, Territorio, Ambiente. Storie di uomini e di terre, Italia, 2004), al humorísticamente hacer de Michele Puccini un tenor, de su alumna enamorada una soprano lírica ligera y de su marido el senador un bajo cantante. Cetrangolo imaginó una fuga de la pareja descubierta por el marido, la orden de salir de Jujuy a su mujer, según algunos al campo, según otros a Europa, y el intento de linchamiento a Michele por los gauchos del lugar (coro masculino), y la liberación con ayuda de sus amigos (dos tenores y un barítono) que lo defienden armados. Continúa el supuesto libreto con la fuga a Buenos Aires y luego a Río de Janeiro para escapar de la venganza de Pérez ayudado por el Cónsul (bajo profundo), un italiano de apellido Sommaruga (tenor) y la madre de Aromatari (mezzo). Por último, la intervención en Río de su amigo Ghigo (baritono), alfa y omega de la aventura americana.
El final
La presión de la inminente venganza del senador Pérez, el consejo de algunos amigos, la continuidad de la crisis económica y el afincamiento en Río de Janeiro de Ulderigo Tabarraci -el amigo de la infancia que había partido con él desde Italia- decidieron por fin a Michele a embarcarse rumbo al Brasil, el 18 de febrero de 1891 en el Sud America, en buen estado de salud.
¿Tuvo en cuenta Michele que Río de Janeiro era un lugar peligroso por la epidemia de fiebre amarilla? No hay respuesta a este interrogante que nos lleva a preguntarnos sobre su salud. Sus varios contagios de fuertes gripes (la llama ‘puttana febbre d’influenza’) en los escasos dieciséis meses de permanencia en la Argentina hacen pensar en una salud frágil y que el viaje a Río fue una locura, máxime siendo pública la existencia del contagio generalizado.
Ya en enero de 1891 comenzaron a llegar las noticias de una epidemia de fiebre amarilla en el puerto de Santos que se propagó luego a otras regiones del Brasil. En febrero de 1891 el departamento de Higiene de la República Argentina declara al puerto de Río de Janeiro sospechoso por la epidemia de fiebre amarilla (ver diario La Prensa del 14/02/1891 - página 5 - columna 6) y posteriormente hace lo mismo el Ministerio de Relaciones Exteriores (ver diario La Prensa del 15/02/1891 - página 5 - columna 7); luego el Presidente de la República, por un decreto de marzo de 1891, declara ‘infestado el puerto de Río de Janeiro’ (ver diario La Prensa del 13/03/1891 - página 6 - columna 3). Los diarios de la época reflejan que cientos de italianos dejaron por esos tiempos la Argentina sumida en sus problemas económicos -algunos autores dicen que la crisis de 1890/1891 junto con la de 2001 fueron las crisis económicas más importantes en los 200 años de vida de la Argentina- y se dirigieron a probar fortuna en Brasil, a pesar de la declarada epidemia de fiebre amarilla.
Evidentemente no había salida para Michele: no podía quedarse en la Argentina ni tampoco regresar a Italia (hubiese bastado sacar un pasaje en el mismo buque Sud-América hacia su destino final en Génova). Y aunque algunos amigos bonaerenses, como Aromatari, desaconsejaban el viaje a Brasil, en Río estaba su amigo y otra comunidad italiana importante y seguramente era la única alternativa posible, a pesar de la epidemia.
Angelo Sommaruga -el crítico musical del diario bonaerense La Patria Italiana- le avisa a Tabarracci de la partida de Miele a Brasil. Hacia fines de febrero de 1891, ‘Ghigo’ Tabarracci recibe a un abatido Michele Puccini en Río de Janeiro. Intenta presentarlo a la sociedad local, procura contactos para lograr dar lecciones a algún alumno y hasta trata de conseguir para su amigo la dirección de un coro de señoras integrado por damas de la alta sociedad carioca.
Pero por esos días -los primeros de marzo- la epidemia de fiebre amarilla estaba cobrando casi cien víctimas por día en Río de Janeiro, y Michele Puccini fue una de ellas.
Una noche -a los cuatro o cinco días de la llegada de Michele a Brasil- los dos amigos asistieron en Río a la puesta en escena de la ópera Carmosina -estrenada mundialmente en el teatro Dal Verme de Milán, el 1 de mayo de 1888- del compositor brasileño João Gomes de Araújo (Pindamonhangaba, 5 de agosto de 1846 - San Pablo, 8 de septiembre de 1943), al que Michele conocía de Milán y con el cual hablaron de buscar mejores horizontes en San Pablo.
Al volver del teatro carioca Michele comenzó a sentirse mal pero no le dieron demasiada importancia: era sólo una fiebre ligera. La fiebre ligera fue empeorando y los cuidados de Ulderigo no bastaron, por lo que hubo que recurrir a los médicos.
Tratado en un primer momento por el médico en el domicilio del amigo, debió ser hospitalizado luego de algunos días y Ghigo se encontró impedido de visitarlo por prevención al contagio. Michele Puccini murió a la una de la madrugada del jueves 12 de marzo y, presumiblemente, su cuerpo fue incinerado. Tabarracci comunica ese mismo día la dolorosa noticia a Edoardo Aromatari en Buenos Aires. Informa a Ricordi en Milán y a Alfredo Caselli en Lucca sobre la muerte de Michele y huye de Río de Janeiro con dirección a Petrópolis.
Conociendo la rigurosidad con que los diarios de la época informaban los fallecimientos, es altamente probable que algún medio de prensa de Río indicara la muerte de Michele en los días sucesivos.
La nueva llega prontamente a Buenos Aires: La Patria Italiana del 21 de marzo de 1891 publica su necrológica. Días después L’Operaio Italiano del 25 de marzo de 1891 (Buenos Aires, año XIX – nro. 70 - página 1 – columna 6), en su sección de noticias de América, informa sobre los numerosos muertos por la fiebre amarilla en Río de Janeiro y textualmente expresa “El maestro Puccini, hermano de Giacomo Puccini, el autor de Le Villi, ha muerto el 12 de marzo”.
A pesar de sus notorias inexactitudes, es importante transcribir aquí La Patria Italiana que dice: “Michele Puccini. Vino hace un año a la Argentina, después de algunos meses de permanencia en Buenos Aires, fue a Jujuy enviado por el senador Pérez a dirigir una escuela de música. De figura agradable e inteligencia ágil, músico apasionado y culto, se convirtió allí en el maestro de moda. Hace un mes pensó en volver a ver a sus amigos y regresó a Buenos Aires. No encontró a todos los que había dejado. Algunos se habían establecido en Brasil y decidió ir a saludarlos. El 18 de febrero pasado se embarcó en el Sud América hacia Río de Janeiro. Hoy, tras apenas un mes de su partida, nos llega la noticia de que ha muerto por la fiebre amarilla. ¡No tenía más que 23 años! (sic, en realidad 26). En Florencia donde había nacido (sic, en realidad Lucca), en Milán donde había estudiado, la noticia de su muerte sin duda causará conmoción porque, especialmente en el mundo del arte, había dejado simpatías y amistades calidísimas y no pocas esperanzas.” (Buenos Aires, año XV – nro. 78 - 21 de marzo de 1891 - página 1 - columna 7).
Para abril de 1891 todos en Italia creen que Michele continúa en Jujuy ya que desde principios de febrero no hay noticias directas de él. Se presume que el informe de Tabarracci sobre la muerte de Miele o la carta de Aromatari le llegaron primero a Giulio Ricordi -aparentemente a mitad de abril- y que éste intentó preparar a Giacomo con un aviso de enfermedad grave supuestamente llegado por el corresponsal de Casa Ricordi en Montevideo. Giacomo avisa prontamente a su hermana Ramelde a la que le inquiere sobre noticias recientes sobre el hermano emigrado, le dice que la noticia le cayó como un rayo y le expresa que espera buenas nuevas (ver carta 142 en Marchetti, op. cit.).
Pero pocas jornadas después, Giacomo se entera de la muerte de su hermano por el periódico Il corriere della sera que, por corresponsales o por diarios americanos, se anticipa a la llegada de más detalles por carta. La escueta y paralizante noticia lo conmovió profundamente. No debe ser fácil asimilar la muerte de un hermano leyendo en la sección Obituario (Necrologio): ‘Nel Brasile, di febbre gialla, il maestro Michele Puccini. Aveva 28 anni (sic, en realidad 26). Aveva studiato a Milano’ (Corriere della Sera del 19-20 de abril de 1891, trascripción del original gentileza de Gabriella Biagi Ravenni, directora de la Fondazione Giacomo Puccini de Lucca y presidente del Centro Studi Giacomo Puccini).
En su mesa de trabajo estaba Manon Lescaut y algunos quieren ver en las melodías que pintan la desolación de Des Grieux y de Manon en un páramo en los confines de Nueva Orleans una huella de Michele muriendo de una epidemia, solo y desesperado en un hospital de Río de Janeiro.
Probablemente el mismo 20 de abril, o a lo sumo el día siguiente, en Casa Ricordi de Milán, pudo leer la carta que Edoardo Aromatari le envió al señor Giulio contándole la noticia pero sin consignar la fecha exacta del deceso. El 21 de abril Giacomo escribe a su amigo Alfredo Caselli de Lucca indicándole que ‘sabe todo’ y que por favor le envíe lo más rápido posible la ‘dirección de Ghigo Tabarracci’ (ver carta 1 en Quaderni Pucciniani - 1998 - Lettere di Giacomo Puccini ad Alfredo Caselli: 1891-1899, Istituto di Studi Pucciniani, Milano, 1998), con la evidente intención de solicitar detalles sobre la muerte de su hermano al compañero de travesía. El amigo envía la dirección de Tabarracci por telegrama. Coetáneamente escribe al cuñado Raffaelo Franceschini pidiéndole que le trasmita la noticia a las hermanas. Y el 22 de abril escribe a Tabarracci a Brasil solicitándole pormenores del hecho.
El 26 de abril de 1891 el periódico Il figurinaio, de la ciudad natal de los músicos, publica la necrológica de Michele Puccini tomando como fuente por una parte una carta enviada desde Brasil por Ulderigo Tabarracci a Alfredo Caselli y por otra la noticia publicada por La Patria Italiana de Buenos Aires. Es una noticia importante que ocupa parte de dos columnas de las cuatro con que contaba el periódico, y que se expuso en Lucca en 2008 en la muestra Puccini e Lucca ‘Quando sentirò la dolce nostalgia della mia terra nativa’, que pudimos consultar gracias a Simonetta Bigongiari del Centro Studi Giacomo Puccini de Lucca.
Con el título general de ‘Fra le mura’ y como subtítulo ‘Michele Puccini’ el periódico indica que la triste noticia llegó a la redacción del diario el sábado a la noche de manos del amigo fiel de los jóvenes artistas luqueses: Alfredo Caselli.
Se dice que la información llegó por una carta de Ulderigo Tabarracci desde Río de Janeiro. Que la muerte de Michele Puccini fue imprevista y como consecuencia de la fiebre amarilla y que la misma ocurrió pocos días después de haber llegado a la capital de Brasil desde la Republica Argentina.
Continúa expresando que la muerte parece una novela, que Michele ‘se había batido a duelo con pistola en Jou-Jou (sic, presumiblemente Jujuy) -donde vivía en casa del senador Perez come maestro de música- por una mujer a la que amaba y cuyos nombre e imagen lo acompañaron hasta su muerte: ese amor se extinguió en él con la vida.’
Sigue el artículo mencionando que el adversario resultó herido, que Michele huyó a caballo y que pudo embarcarse luego para Río de Janeiro, que a pocos días de llegar se contagió la fiebre amarilla y que el 12 de marzo moría “sognando l’imagine della donna amata, la visione cara della patria e della famiglia lontana”.
Continúa señalando la asistencia recibida de parte de Tabarracci para concluir el párrafo diciendo poéticamente que nuestro amigo yace sepultado “all’ombra delle palme e delle banane”.
Luego transcribe el artículo de La Patria Italiana de Buenos Aires del 21 de marzo de 1891 -expurgando el error bonaerense sobre el lugar de nacimiento y cambiando hábilmente Firenze por Lucca- y concluye diciendo: ’Fue a América alentado por la esperanza, con la ilusión de la fortuna y la fascinación de la fe de un caballero antiguo! ... Hoy no es más que un recuerdo (...) para nosotros, que con él hemos compartido vida e ideales’.
La pronta difusión de la noticia determina el envío y la recepción de mensajes de pésame entre la familia Puccini y sus amigos. No hubo en ese momento misterio alguno sino amplia difusión, como demuestran las cartas publicadas por Arnaldo Marchetti en Puccini com'era (ver misivas 143, 144, 145, 146 y 150) y, entre otras muestras de dolor, la esquela escrita por Pietro Mascagni a Giacomo el 5 de mayo de 1891, conservada en el Archivo Estatal de Lucca, donde el otrora compañero de conservatorio se lamenta de la muerte de Michele.
Demostrativas de los sentimientos de Giacomo son las cartas de ese período donde repite insistentemente la frase ‘¡Povero Michele!’. A su hermana le dice: ‘Querida Ramelde: ¡Dios mío, que pena! ¡Soy casi un hombre muerto! Puedo decir que un dolor tan grande no lo sentí siquiera por nuestra pobre mamá, y ese ¡fue tremendo! ¡Qué tragedia! No veo la hora de morir yo también. ¿Qué hago en el mundo? ¡Pobre Michele!! (…) Estoy realmente desesperado. ¡Pobre hermano mío!’. En los meses sucesivos, por misivas de Ulderigo Tabarracci (Petrópolis, 16 de mayo de 1891) y Edoardo Aromatari (Buenos Aires, 25 de mayo de 1891) Giacomo se entera, finalmente, de los detalles de los últimos meses de su hermano y de su solitaria muerte.
Luego el tiempo sepultó esas cartas y esos diarios y el olvido cubrió los detalles de la muerte de Michele Puccini.
Aún en la incertidumbre.
¿Qué quedó de las composiciones de Michele Puccini? En principio, nada.
No hay rastros de la marcha para el ferrocarril de la que da cuenta en sus cartas. Tampoco del importante encargo recibido ‘por nuestro amigo el notable artista Miguel Puccini’ que publica -aparentemente en los últimos meses de 1890- el periódico El Ferrocarril de Jujuy y que glosa Il figurinaio de Lucca el 1 de febrero de 1891 bajo el título ‘I Lucchesi … dell’altro mondo’.
La única partitura publicada son los últimos 24 compases de un Scherzo datado en Milán el 23 de junio de 1885 y reproducidos en el periódico Settimo Giorno de noviembre de 1954 (página 47). Su manuscrito se encuentra en el Museo Puccini de Celle.
Precisamente de ese Scherzo, Puccini tomó la melodía que canta Cavaradossi en el segundo acto de Tosca: ‘l’alba vindice appar’. Al inicio de ese mismo acto, Scarpia escucha desde su ventana a los músicos que interpretan una gavota durante la fiesta que se desarrolla en el Palacio Farnese. Esta música proviene de una Gavotta en sol mayor, también obra de Michele.
La ubicación de su tumba, si es que ésta existe, sí es un misterio.
Consta en una entrevista efectuada en Italia y publicada en La Patria degli italiani de Buenos Aires del 1 de junio de 1905 (página 3, columna 2) que fue intención de Giacomo Puccini hacer una parada en Río de Janeiro (Brasil) a su regreso de Buenos Aires con el objeto de visitar la tumba de su hermano y de trasladar sus restos a la tierra natal. Pero no existen constancias de una estadía de Puccini en esa ciudad, aunque haya mencionado su intención de visitarla en varias oportunidades durante su estadía en Buenos Aires que abarcó los meses de junio a agosto de 1905. Tampoco las hay de que hubiera encomendado a terceros ese piadoso cometido. Por otra parte, resulta difícil suponer que, en la América Latina del siglo XIX, todos los muertos a raíz de un gravísimo brote epidémico fueran sepultados guardando los recaudos para su debida identificación posterior. Cabe incluso la posibilidad de que muchos de ellos hubieran sido incinerados como medida de profilaxis.
Del reloj que le obsequió a Tabarracci, de una carta, de sus pocos efectos personales y de un anillo que Michele dejó para su familia y de una moneda antigua regalada a Aromatari, no quedan rastros.
A 120 años de la muerte de Michele quizás podemos hallar una sublimación de esta historia en el primer acto de La Fanciulla del West, cuando los rudos mineros se compadecen de la nostalgia y la mala suerte de Larkens y juntan dinero para enviarlo de regreso a casa.
¿No habrá sido éste un mecanismo simbólico empleado por Giacomo, un intento por rescatar artísticamente de su sombría aventura americana al hermano perdido?
Pero los sinsabores continuaron: una vez obtenida su designación para el curso escolar de 1890 (las clases se iniciarían en marzo o abril), una persistente gripe no sólo le impidió viajar sino incluso continuar con las lecciones de música que le permitían subsistir.
Una vez recuperada la salud pero aniquilada su ya exigua fortuna, debió realizar una colecta entre sus amigos para proveerse del efectivo necesario para ocasionales gastos durante el difícil viaje de unos 1.700 kilómetros hacia Jujuy (el traslado propiamente dicho quedaba a cargo del gobierno).
El jueves 10 de abril de 1890 Michele dejó Buenos Aires y partió hacia el norte. Lejos de lo que hoy en día sería una plácida y levemente aburrida travesía, diversas peripecias convirtieron el viaje en una aventura digna de una película del far-west. Trece horas y media necesitó el tren para llegar a Rosario (distante apenas 300 kilómetros de Buenos Aires). Luego de pernoctar allí, Michele inició el traslado a Córdoba, adonde sólo consiguió llegar a medianoche del sábado 12 de abril. Durmió esa noche en el tren estacionado en Córdoba hasta que a las siete de la mañana siguiente inició su marcha a Tucumán, ciudad a la que presuntamente llegaría a las doce del lunes. Sin embargo, una fuerte tormenta detuvo la marcha a las diez de la noche del domingo y poco faltó para que el tren descarrilara. A la mañana siguiente, y bajo el temporal que continuaba, con la colaboración de todos los pasajeros se logró reparar las vías lo suficiente como para proseguir el camino, con lo que la llegada a Tucumán se demoró hasta las dos de la tarde del martes 15. Por entonces el tendido ferroviario finalizaba en Chilcas, un paraje situado a unos 150 kilómetros al norte de San Miguel de Tucumán. Llegado allí, Michele debió dormir nuevamente en el coche del tren pues no había hotel en el cual alojarse, para luego, en la mañana del jueves 17 de abril, continuar el trayecto con la Mensajería (‘...especie de diligencia medieval tirada por dieciséis mulas, llamada aquí galera, el nombre más apropiado que podría dársele’, describió Michele, jugando con la voz italiana galera que se refiere también a una cárcel y, en sentido figurado, a una situación o lugar insoportable).
En una jornada la diligencia arribó a Gobas (paraje inhallable en los actuales mapas de la Argentina, ubicado aproximadamente a un tercio del camino a San Salvador de Jujuy -según cuenta Michele- y que evidentemente se encontraba en algún punto del actual departamento de Rosario de la Frontera, provincia de Salta). Allí Michele durmió en una especie de hamaca confeccionada con piel de llama, comió asado y bebió la norteña chicha -bebida alcohólica de origen indígena que se obtiene con la fermentación del maíz- que le pareció muy alcohólica y ‘una vera trojata’.
En una sabrosa carta dirigida a su tío, el doctor Cerú, Michele relató que en la jornada siguiente en que debían alcanzar la ciudad de Palomitas, mientras cruzaban las sierras subandinas, en medio de otra tormenta, la galera se atascó en el barro y no encontraron forma de liberarla. Cayó la noche y a eso de las once ‘...aparecieron cinco o seis individuos con caras de presidiarios, desnudos, indios en una palabra, armados de puñales y flechas que se nos vinieron encima atacándonos del modo más incivilizado. Respondimos con nuestras armas, la noche era oscura y no podíamos ver sus caras sino por los relámpagos y el resplandor del fuego de los revólveres’. Los atacantes se retiraron por fin. Uno de los conductores resultó herido en la cara por una puñalada y un pasajero por una flecha. El carruaje había quedado inutilizable, pero presumiendo que ‘...estos indios, naturalmente, fueran a buscar hombres para volver en mayor número a vengarse’, los ocho pasajeros y los cuatro conductores decidieron retomar el camino a lomo de mula. Debieron marchar al paso ya que ‘las mulas no trotan’ entre la medianoche y el alba, hasta llegar por fin a un poblado a 190 kilómetros de Jujuy donde les fue posible comprar caballos. Quizás siguieron en este periplo parte de la traza de la actual ruta nacional 34 de la Argentina y el poblado ignoto donde compraron los caballos podría haber sido una de las históricas postas de la región: la de Yatasto o bien la Del Algarrobo.
Transcurrieron dos jornadas más a caballo, comiendo algún cordero cazado por el grupo y asado a las brasas a la manera criolla y durmiendo una noche en la inmensidad de las quebradas norteñas y a la siguiente en una gruta de la precordillera, para llegar al pueblo de Perico, provincia de Jujuy, a media tarde del 21 de abril de 1890. Los últimos 40 kilómetros fueron hechos también a caballo el martes 22 de abril. Doce días después de iniciado el viaje logró Michele su meta al llegar a San Salvador de Jujuy, ciudad ubicada a unos 1.300 metros sobre el nivel del mar, a las cuatro de la tarde.
Éstas y más peripecias del viaje fueron narradas en la ya citada carta de 32 páginas iniciada el 15 de mayo de 1890 y luego fechada el 20 a su tío (ver Marchetti, op. cit., carta 139), en la cual cuenta -con un lenguaje poco pulido- que ‘...estuve en cama dos días después de este desastroso viaje, y... hace casi 15 días que estoy acá y todavía tengo el culo hecho una sola ampolla por el viaje’, que el paisaje es ‘espléndido y parece Suiza’, que sale de cacería, que la servidumbre parece esclava, que todos intentan que se case -y allí vuelve a descender el nivel de su lenguaje diciendo que ‘mi hanno rotto i coglioni tanto per prender moglie’- pero que él se ‘adaptó a las moras, indias o sirvientas para las reglas necesarias del cuerpo’. También describe la flora, la fauna y los alimentos locales, comenta sus encuentros con luqueses emigrados, dice que los periódicos locales hablan de él y que compuso una marcha para banda titulada ‘Ferrocarril’ que tocará la Banda Nacional prontamente.
Casi en el mismo momento en que Michele recorría la mitad de la Argentina, Giacomo permanecía en Italia desesperanzado y desde allí fantaseaba con la idea de establecerse en la Argentina (ver cartas 36, 37 y 38 en: Gara, Eugenio: Carteggi Pucciniani, Universal Music Publishing Ricordi S.r.l, San Giuliano Milanese, 2008). La posible intención de Giacomo Puccini no habría sido la de radicarse en Buenos Aires, como sería de suponer, sino en el interior del país, ‘con los indios piel roja’. Seguramente esta disparatada migración indígena -del norte al sur de América- haya sido estimulada por el popular ‘Wild West Show’ de Buffalo Bill, que hizo furor en la Europa de la última década del siglo XIX, y que Giacomo presenció en Italia.
Michele le advierte: “Te prevengo… ¡No vengas acá! No puedes imaginar lo que he pasado. ¡Vaya vida! Salí de Buenos Aires, donde trabajé como un esclavo, sin ganancia alguna que mostrar debido al alto costo de la vida. Entonces me dijeron que en la provincia de Jujuy obtendría un cargo enseñando canto, piano e italiano por trescientos escudos mensuales. Crucé los Andes y, tras innumerables sufrimientos, llegué por fin a Jujuy. Por supuesto, como era previsible, este sitio está lleno de gente de Lucca ... pero América no me cuadra. Si mejora el mercado del oro, volveré a Lucca”. Seguramente la respuesta negativa del hermano sumada al arduo trabajo de conseguir elenco y teatro para volver a presentar Edgar, más su reelaboración y la composición de Manon Lescaut hicieron olvidar a Giacomo la idea de la emigración que revoloteó por su ánimo deprimido por los sinsabores de uno de sus momentos más desafortunados.
Un seductor en Jujuy
Michele Puccini se instaló por fin en San Salvador de Jujuy en una casa de tres habitaciones; comenzó a dar clases de música e italiano en el Liceo y de piano por cuenta propia, además de oficiar como secretario del cónsul italiano, doctor Baldi.
La crisis económica, financiera y política continuó hasta el punto de forzar la renuncia del presidente de la República, Miguel Juárez Celman (1844-1909), el 6 de agosto de 1890. La recomposición económica fue lenta en manos del vicepresidente Carlos Pellegrini (1846-1906) quien asumió la presidencia y en sus dos años de mandato logró equilibrar el país.
En principio parece que entre mayo y diciembre de 1890 la vida de Michele también se estabilizó y -por lo que cuenta a sus amigos- era feliz, aunque no logró hacer grandes proezas económicas. De ser cierto el encargo, relatado por Michele, de una marcha para banda titulada Ferrocarril para la inauguración del Ferrocarril Central Argentino, ésta debió de ser utilizada para la apertura de un nuevo tramo de vías hacia Jujuy, a partir de la localidad de Chilcas, que se efectuó en el curso de 1890.
Las cartas publicadas desaparecen y una de las pocas es la dirigida a su hermana Nitteti, enviándole condolencias tras haberse enterado por la prensa del fallecimiento de su marido, Alberto Marsili -en forma similar, veremos luego, los suyos se enterarían de la muerte de Michele-.
Naturalmente, entre las miles de cartas no publicadas enviadas y recibidas por Giacomo Puccini que se conservan en archivos públicos y privados ha de haber algunas que podrían aportar datos sobre estos meses de Michele. Para llegar a tal conclusión basta con ver, en el Museo de Torre del Lago, la foto dedicada a Giacomo en Jujuy el 12 de agosto de 1890 y evidentemente enviada por correo, o saber de la existencia de la carta mencionada por su hermano como la última recibida desde Jujuy -en febrero de 1891- y datada el 12 de diciembre de 1890. Se dice incluso que habría algunas en manos privadas -que se niegan a darlas a conocer- en las que Michele contó una aventura romántica vivida en Jujuy y hasta envió fotos de la dama en cuestión.
Y aquí entramos nuevamente en una embarazosa intriga amorosa digna de un libreto de ópera: Michele entabló una relación con Fidela, una muy aplicada alumna de piano. El problema fue que, además de joven y bella, la seducida era esposa de su amigo, el senador Domingo Teófilo Pérez quien, descubriéndose traicionado, primero envió fuera de la ciudad a su esposa y, luego, retó a duelo a Puccini. Michele hirió a su otrora benefactor quien ‘cayó como muerto’, con lo que acto seguido debió abandonar precipitadamente la ciudad, hacia los últimos días de enero de 1891, con rumbo otra vez a Buenos Aires, y otra vez con la ayuda de la comunidad italiana.
Aparentemente, este traslado tuvo también visos de aventura: tres días a pleno galope para alcanzar los límites de la provincia de Jujuy, de la que sólo salió con lo puesto, mientras la policía y algunos gauchos fieles al senador Pérez lo perseguían. Los camaradas italianos le brindaron auxilio en todo el trayecto y los amigos de Jujuy, Baldi y Bagnani, le enviaron sus efectos personales a Buenos Aires.
Quizás quien mejor glosó esta aventura como libreto operístico fue Aníbal Cetrangolo en ‘Atto Quarto: In America. Una landa deserta…’ (Paesaggio, Territorio, Ambiente. Storie di uomini e di terre, Italia, 2004), al humorísticamente hacer de Michele Puccini un tenor, de su alumna enamorada una soprano lírica ligera y de su marido el senador un bajo cantante. Cetrangolo imaginó una fuga de la pareja descubierta por el marido, la orden de salir de Jujuy a su mujer, según algunos al campo, según otros a Europa, y el intento de linchamiento a Michele por los gauchos del lugar (coro masculino), y la liberación con ayuda de sus amigos (dos tenores y un barítono) que lo defienden armados. Continúa el supuesto libreto con la fuga a Buenos Aires y luego a Río de Janeiro para escapar de la venganza de Pérez ayudado por el Cónsul (bajo profundo), un italiano de apellido Sommaruga (tenor) y la madre de Aromatari (mezzo). Por último, la intervención en Río de su amigo Ghigo (baritono), alfa y omega de la aventura americana.
El final
La presión de la inminente venganza del senador Pérez, el consejo de algunos amigos, la continuidad de la crisis económica y el afincamiento en Río de Janeiro de Ulderigo Tabarraci -el amigo de la infancia que había partido con él desde Italia- decidieron por fin a Michele a embarcarse rumbo al Brasil, el 18 de febrero de 1891 en el Sud America, en buen estado de salud.
¿Tuvo en cuenta Michele que Río de Janeiro era un lugar peligroso por la epidemia de fiebre amarilla? No hay respuesta a este interrogante que nos lleva a preguntarnos sobre su salud. Sus varios contagios de fuertes gripes (la llama ‘puttana febbre d’influenza’) en los escasos dieciséis meses de permanencia en la Argentina hacen pensar en una salud frágil y que el viaje a Río fue una locura, máxime siendo pública la existencia del contagio generalizado.
Ya en enero de 1891 comenzaron a llegar las noticias de una epidemia de fiebre amarilla en el puerto de Santos que se propagó luego a otras regiones del Brasil. En febrero de 1891 el departamento de Higiene de la República Argentina declara al puerto de Río de Janeiro sospechoso por la epidemia de fiebre amarilla (ver diario La Prensa del 14/02/1891 - página 5 - columna 6) y posteriormente hace lo mismo el Ministerio de Relaciones Exteriores (ver diario La Prensa del 15/02/1891 - página 5 - columna 7); luego el Presidente de la República, por un decreto de marzo de 1891, declara ‘infestado el puerto de Río de Janeiro’ (ver diario La Prensa del 13/03/1891 - página 6 - columna 3). Los diarios de la época reflejan que cientos de italianos dejaron por esos tiempos la Argentina sumida en sus problemas económicos -algunos autores dicen que la crisis de 1890/1891 junto con la de 2001 fueron las crisis económicas más importantes en los 200 años de vida de la Argentina- y se dirigieron a probar fortuna en Brasil, a pesar de la declarada epidemia de fiebre amarilla.
Evidentemente no había salida para Michele: no podía quedarse en la Argentina ni tampoco regresar a Italia (hubiese bastado sacar un pasaje en el mismo buque Sud-América hacia su destino final en Génova). Y aunque algunos amigos bonaerenses, como Aromatari, desaconsejaban el viaje a Brasil, en Río estaba su amigo y otra comunidad italiana importante y seguramente era la única alternativa posible, a pesar de la epidemia.
Angelo Sommaruga -el crítico musical del diario bonaerense La Patria Italiana- le avisa a Tabarracci de la partida de Miele a Brasil. Hacia fines de febrero de 1891, ‘Ghigo’ Tabarracci recibe a un abatido Michele Puccini en Río de Janeiro. Intenta presentarlo a la sociedad local, procura contactos para lograr dar lecciones a algún alumno y hasta trata de conseguir para su amigo la dirección de un coro de señoras integrado por damas de la alta sociedad carioca.
Pero por esos días -los primeros de marzo- la epidemia de fiebre amarilla estaba cobrando casi cien víctimas por día en Río de Janeiro, y Michele Puccini fue una de ellas.
Una noche -a los cuatro o cinco días de la llegada de Michele a Brasil- los dos amigos asistieron en Río a la puesta en escena de la ópera Carmosina -estrenada mundialmente en el teatro Dal Verme de Milán, el 1 de mayo de 1888- del compositor brasileño João Gomes de Araújo (Pindamonhangaba, 5 de agosto de 1846 - San Pablo, 8 de septiembre de 1943), al que Michele conocía de Milán y con el cual hablaron de buscar mejores horizontes en San Pablo.
Al volver del teatro carioca Michele comenzó a sentirse mal pero no le dieron demasiada importancia: era sólo una fiebre ligera. La fiebre ligera fue empeorando y los cuidados de Ulderigo no bastaron, por lo que hubo que recurrir a los médicos.
Tratado en un primer momento por el médico en el domicilio del amigo, debió ser hospitalizado luego de algunos días y Ghigo se encontró impedido de visitarlo por prevención al contagio. Michele Puccini murió a la una de la madrugada del jueves 12 de marzo y, presumiblemente, su cuerpo fue incinerado. Tabarracci comunica ese mismo día la dolorosa noticia a Edoardo Aromatari en Buenos Aires. Informa a Ricordi en Milán y a Alfredo Caselli en Lucca sobre la muerte de Michele y huye de Río de Janeiro con dirección a Petrópolis.
Conociendo la rigurosidad con que los diarios de la época informaban los fallecimientos, es altamente probable que algún medio de prensa de Río indicara la muerte de Michele en los días sucesivos.
La nueva llega prontamente a Buenos Aires: La Patria Italiana del 21 de marzo de 1891 publica su necrológica. Días después L’Operaio Italiano del 25 de marzo de 1891 (Buenos Aires, año XIX – nro. 70 - página 1 – columna 6), en su sección de noticias de América, informa sobre los numerosos muertos por la fiebre amarilla en Río de Janeiro y textualmente expresa “El maestro Puccini, hermano de Giacomo Puccini, el autor de Le Villi, ha muerto el 12 de marzo”.
A pesar de sus notorias inexactitudes, es importante transcribir aquí La Patria Italiana que dice: “Michele Puccini. Vino hace un año a la Argentina, después de algunos meses de permanencia en Buenos Aires, fue a Jujuy enviado por el senador Pérez a dirigir una escuela de música. De figura agradable e inteligencia ágil, músico apasionado y culto, se convirtió allí en el maestro de moda. Hace un mes pensó en volver a ver a sus amigos y regresó a Buenos Aires. No encontró a todos los que había dejado. Algunos se habían establecido en Brasil y decidió ir a saludarlos. El 18 de febrero pasado se embarcó en el Sud América hacia Río de Janeiro. Hoy, tras apenas un mes de su partida, nos llega la noticia de que ha muerto por la fiebre amarilla. ¡No tenía más que 23 años! (sic, en realidad 26). En Florencia donde había nacido (sic, en realidad Lucca), en Milán donde había estudiado, la noticia de su muerte sin duda causará conmoción porque, especialmente en el mundo del arte, había dejado simpatías y amistades calidísimas y no pocas esperanzas.” (Buenos Aires, año XV – nro. 78 - 21 de marzo de 1891 - página 1 - columna 7).
Para abril de 1891 todos en Italia creen que Michele continúa en Jujuy ya que desde principios de febrero no hay noticias directas de él. Se presume que el informe de Tabarracci sobre la muerte de Miele o la carta de Aromatari le llegaron primero a Giulio Ricordi -aparentemente a mitad de abril- y que éste intentó preparar a Giacomo con un aviso de enfermedad grave supuestamente llegado por el corresponsal de Casa Ricordi en Montevideo. Giacomo avisa prontamente a su hermana Ramelde a la que le inquiere sobre noticias recientes sobre el hermano emigrado, le dice que la noticia le cayó como un rayo y le expresa que espera buenas nuevas (ver carta 142 en Marchetti, op. cit.).
Pero pocas jornadas después, Giacomo se entera de la muerte de su hermano por el periódico Il corriere della sera que, por corresponsales o por diarios americanos, se anticipa a la llegada de más detalles por carta. La escueta y paralizante noticia lo conmovió profundamente. No debe ser fácil asimilar la muerte de un hermano leyendo en la sección Obituario (Necrologio): ‘Nel Brasile, di febbre gialla, il maestro Michele Puccini. Aveva 28 anni (sic, en realidad 26). Aveva studiato a Milano’ (Corriere della Sera del 19-20 de abril de 1891, trascripción del original gentileza de Gabriella Biagi Ravenni, directora de la Fondazione Giacomo Puccini de Lucca y presidente del Centro Studi Giacomo Puccini).
En su mesa de trabajo estaba Manon Lescaut y algunos quieren ver en las melodías que pintan la desolación de Des Grieux y de Manon en un páramo en los confines de Nueva Orleans una huella de Michele muriendo de una epidemia, solo y desesperado en un hospital de Río de Janeiro.
Probablemente el mismo 20 de abril, o a lo sumo el día siguiente, en Casa Ricordi de Milán, pudo leer la carta que Edoardo Aromatari le envió al señor Giulio contándole la noticia pero sin consignar la fecha exacta del deceso. El 21 de abril Giacomo escribe a su amigo Alfredo Caselli de Lucca indicándole que ‘sabe todo’ y que por favor le envíe lo más rápido posible la ‘dirección de Ghigo Tabarracci’ (ver carta 1 en Quaderni Pucciniani - 1998 - Lettere di Giacomo Puccini ad Alfredo Caselli: 1891-1899, Istituto di Studi Pucciniani, Milano, 1998), con la evidente intención de solicitar detalles sobre la muerte de su hermano al compañero de travesía. El amigo envía la dirección de Tabarracci por telegrama. Coetáneamente escribe al cuñado Raffaelo Franceschini pidiéndole que le trasmita la noticia a las hermanas. Y el 22 de abril escribe a Tabarracci a Brasil solicitándole pormenores del hecho.
El 26 de abril de 1891 el periódico Il figurinaio, de la ciudad natal de los músicos, publica la necrológica de Michele Puccini tomando como fuente por una parte una carta enviada desde Brasil por Ulderigo Tabarracci a Alfredo Caselli y por otra la noticia publicada por La Patria Italiana de Buenos Aires. Es una noticia importante que ocupa parte de dos columnas de las cuatro con que contaba el periódico, y que se expuso en Lucca en 2008 en la muestra Puccini e Lucca ‘Quando sentirò la dolce nostalgia della mia terra nativa’, que pudimos consultar gracias a Simonetta Bigongiari del Centro Studi Giacomo Puccini de Lucca.
Con el título general de ‘Fra le mura’ y como subtítulo ‘Michele Puccini’ el periódico indica que la triste noticia llegó a la redacción del diario el sábado a la noche de manos del amigo fiel de los jóvenes artistas luqueses: Alfredo Caselli.
Se dice que la información llegó por una carta de Ulderigo Tabarracci desde Río de Janeiro. Que la muerte de Michele Puccini fue imprevista y como consecuencia de la fiebre amarilla y que la misma ocurrió pocos días después de haber llegado a la capital de Brasil desde la Republica Argentina.
Continúa expresando que la muerte parece una novela, que Michele ‘se había batido a duelo con pistola en Jou-Jou (sic, presumiblemente Jujuy) -donde vivía en casa del senador Perez come maestro de música- por una mujer a la que amaba y cuyos nombre e imagen lo acompañaron hasta su muerte: ese amor se extinguió en él con la vida.’
Sigue el artículo mencionando que el adversario resultó herido, que Michele huyó a caballo y que pudo embarcarse luego para Río de Janeiro, que a pocos días de llegar se contagió la fiebre amarilla y que el 12 de marzo moría “sognando l’imagine della donna amata, la visione cara della patria e della famiglia lontana”.
Continúa señalando la asistencia recibida de parte de Tabarracci para concluir el párrafo diciendo poéticamente que nuestro amigo yace sepultado “all’ombra delle palme e delle banane”.
Luego transcribe el artículo de La Patria Italiana de Buenos Aires del 21 de marzo de 1891 -expurgando el error bonaerense sobre el lugar de nacimiento y cambiando hábilmente Firenze por Lucca- y concluye diciendo: ’Fue a América alentado por la esperanza, con la ilusión de la fortuna y la fascinación de la fe de un caballero antiguo! ... Hoy no es más que un recuerdo (...) para nosotros, que con él hemos compartido vida e ideales’.
La pronta difusión de la noticia determina el envío y la recepción de mensajes de pésame entre la familia Puccini y sus amigos. No hubo en ese momento misterio alguno sino amplia difusión, como demuestran las cartas publicadas por Arnaldo Marchetti en Puccini com'era (ver misivas 143, 144, 145, 146 y 150) y, entre otras muestras de dolor, la esquela escrita por Pietro Mascagni a Giacomo el 5 de mayo de 1891, conservada en el Archivo Estatal de Lucca, donde el otrora compañero de conservatorio se lamenta de la muerte de Michele.
Demostrativas de los sentimientos de Giacomo son las cartas de ese período donde repite insistentemente la frase ‘¡Povero Michele!’. A su hermana le dice: ‘Querida Ramelde: ¡Dios mío, que pena! ¡Soy casi un hombre muerto! Puedo decir que un dolor tan grande no lo sentí siquiera por nuestra pobre mamá, y ese ¡fue tremendo! ¡Qué tragedia! No veo la hora de morir yo también. ¿Qué hago en el mundo? ¡Pobre Michele!! (…) Estoy realmente desesperado. ¡Pobre hermano mío!’. En los meses sucesivos, por misivas de Ulderigo Tabarracci (Petrópolis, 16 de mayo de 1891) y Edoardo Aromatari (Buenos Aires, 25 de mayo de 1891) Giacomo se entera, finalmente, de los detalles de los últimos meses de su hermano y de su solitaria muerte.
Luego el tiempo sepultó esas cartas y esos diarios y el olvido cubrió los detalles de la muerte de Michele Puccini.
Aún en la incertidumbre.
¿Qué quedó de las composiciones de Michele Puccini? En principio, nada.
No hay rastros de la marcha para el ferrocarril de la que da cuenta en sus cartas. Tampoco del importante encargo recibido ‘por nuestro amigo el notable artista Miguel Puccini’ que publica -aparentemente en los últimos meses de 1890- el periódico El Ferrocarril de Jujuy y que glosa Il figurinaio de Lucca el 1 de febrero de 1891 bajo el título ‘I Lucchesi … dell’altro mondo’.
La única partitura publicada son los últimos 24 compases de un Scherzo datado en Milán el 23 de junio de 1885 y reproducidos en el periódico Settimo Giorno de noviembre de 1954 (página 47). Su manuscrito se encuentra en el Museo Puccini de Celle.
Precisamente de ese Scherzo, Puccini tomó la melodía que canta Cavaradossi en el segundo acto de Tosca: ‘l’alba vindice appar’. Al inicio de ese mismo acto, Scarpia escucha desde su ventana a los músicos que interpretan una gavota durante la fiesta que se desarrolla en el Palacio Farnese. Esta música proviene de una Gavotta en sol mayor, también obra de Michele.
La ubicación de su tumba, si es que ésta existe, sí es un misterio.
Consta en una entrevista efectuada en Italia y publicada en La Patria degli italiani de Buenos Aires del 1 de junio de 1905 (página 3, columna 2) que fue intención de Giacomo Puccini hacer una parada en Río de Janeiro (Brasil) a su regreso de Buenos Aires con el objeto de visitar la tumba de su hermano y de trasladar sus restos a la tierra natal. Pero no existen constancias de una estadía de Puccini en esa ciudad, aunque haya mencionado su intención de visitarla en varias oportunidades durante su estadía en Buenos Aires que abarcó los meses de junio a agosto de 1905. Tampoco las hay de que hubiera encomendado a terceros ese piadoso cometido. Por otra parte, resulta difícil suponer que, en la América Latina del siglo XIX, todos los muertos a raíz de un gravísimo brote epidémico fueran sepultados guardando los recaudos para su debida identificación posterior. Cabe incluso la posibilidad de que muchos de ellos hubieran sido incinerados como medida de profilaxis.
Del reloj que le obsequió a Tabarracci, de una carta, de sus pocos efectos personales y de un anillo que Michele dejó para su familia y de una moneda antigua regalada a Aromatari, no quedan rastros.
A 120 años de la muerte de Michele quizás podemos hallar una sublimación de esta historia en el primer acto de La Fanciulla del West, cuando los rudos mineros se compadecen de la nostalgia y la mala suerte de Larkens y juntan dinero para enviarlo de regreso a casa.
¿No habrá sido éste un mecanismo simbólico empleado por Giacomo, un intento por rescatar artísticamente de su sombría aventura americana al hermano perdido?
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