disciplina en
la que llegó a ser un consumado especialista, ocupando
desde 1816 hasta su muerte el cargo de director musical de
la Ópera de Dresde. Desde muy temprana edad, Weber se
sintió atraído por la creación operística, hasta tal punto que
su creación El cazador furtivo le llevó a ser considerado el
padre de la ópera alemana.
Ésta estrecha relación con el mundo operístico es
perfectamente palpable en su concierto para clarinete y
orquesta en mi bemol mayor op.74, escrito en 1811 para el
clarinetista Heinrich Bärman, consta de tres movimientos
contrastantes, que pueden recordarnos los diferentes actos
de una ópera.
Con el primero de ellos, tras una exposición de los temas
por parte de la orquesta (en éste caso, la reducción
pianísitca), se abre el telón con un risoluto que augura la
fuerza y contundencia con la que se van a ir desarrollando
los motivos del primer tema. Seguidamente, como si de
otros personajes se tratara, aparecen otros motivos con
carácter dolce, scherzando, o con ánima, que aportan gran
cantidad de colores y contrastes.A pesar de la indicación
“Romanza” que el compositor hace para el segundo
movimiento, personalmente, me es imposible referirme al
segundo movimiento sin evocar sustantivos referentes al
dolor. Irrumpiendo el virtuosismo y brillantez del primer
movimiento, las sucesiones de acordes en modo menor, el
legato, desintegran el carácter luminoso anterior, como si
la pérdida se impusiera en escena.Como clausura, el “final
feliz” viene de la mano de una danza alla polacca, donde el
carácter desenfadado, incluso festivo, deja al descubierto el
virtuosismo que Weber esperaba del clarinete solista,
desplegando la brillantez y grandiosidad propios del
final de una gran ópera de su época.
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