martes, 27 de diciembre de 2011
Idilio de Sigfrido /R.Wagner/ 2/2
Mismos intérpretes
Richard Wagner compuso el Idilio de Sigfrido en 1870 y fue un regalo que le hizo a su mujer, pero también al resto de la Humanidad. En él aparece un motivo que se repetirá al final del Siegfried de El Anillo del Nibelungo, su monumental Tetralogía, una auténtica “cosmogonía musical”, en palabras de Thomas Mann. A Wagner le obsesionaba la esencia primitiva de la vida, la vuelta a la fuente arcaica y original de todas las cosas, incluido el amor en toda su radicalidad y trascendencia: el amor como instrumento para la emancipación del conocimiento. Toda la obra de Wagner posee este carácter erótico que bebe tanto de Platón como del Romanticismo; aunque, quizá, esté más cerca de Schopenhauer, quien vio en el deseo amoroso el núcleo de la voluntad ciega e irracional. Y es que tanto en Tristán e Isolda, Lohengrin, Tannhäuser o el Anillo, como en este Idilio de Sigfrido “el amor representa aquella voluntad de vivir de Schopenhauer que no acaba en la muerte, sino que se libera de las ataduras condicionantes de la individuación” (Thomas Mann, Penalidades y grandeza de Richard Wagner).
El estreno mundial del Idilio de Sigfrido es recreado de una forma exquisita en la película de Luchino Visconti, Ludwig. Director de “películas operísticas” inolvidables, su cine, que desborda música y belleza, se ha erigido como una página ineludible en la cultura europea del siglo XX
Thomas Mann, Penalidades y grandeza de Richard Wagner
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